141. Va pasando el verano




     Ni siquiera el día antes de partir tenía muy claro que pudiese disfrutar del verano en la costa como había hecho en los años anteriores. La lenta recuperación le estaba pasando factura física y psíquica.

     Cambió los zapatos de tacón por zapatillas deportivas y en lugar de alquilar una casa entre el pueblo y la playa, optó por una cercana al faro, lejos del bullicio, la gente conocida y la desconocida. 

     Lo que más le costó subir al cuarto abuhardillado fue la maleta que iba llena de libros, cuadernos, lápices de colores, hilos y lanas. Ese mes tenía pensado entretenerse con todo aquello que no la obligase a hablar con los demás. 

     Abrió las ventanas para que entrase el aire fresco del atardecer, colocó la compra de alimentos básicos que habían hecho antes de llegar, se cambió de ropa y se sentó ante la puesta de sol.
Por primera vez en dos meses consiguió dejar su mente en blanco y simplemente disfrutar de lo que tenía ante sus ojos. 

     A partir de ahí, todo volvió a fluir de nuevo, incluso su voz.